La primavera se sintió morir. Había llegado al momento en el que debía dejar paso a otros, saber retirarse para tal vez un día poder volver en la plenitud de sus facultades. Ya había notado cómo su primo Verano había hecho aparición, pero se había mantenido tércamente, resistiendo los embates del frio que comenzaba a penetrar sus huesos. No deseaba abandonar aquel lugar ya que estando allí, rodeada de su Naturaleza incipiente, era feliz...
Pero las cosas comenzaron a cambiar. Sus animales empezaron a dejar e corretear alegres para empezar a recoger alimentos de cara a soportar los rigores de su implacable tio Invierno. Las plantas dejaron de florecer y el agua dejó de caer de los cielos. Primavera no entendía que pasaba, pero sí que no era querida ya...
-¿Qué ocurre?- gritó
Pero era ignorada, todos ocupados en sus quehaceres. Pero Buda, más dispuesto que el resto y menos ocupado, sí la oyó, y contestó:
-Ven conmigo, Primavera...
Ella acudió, esperando respuestas. Sin embargo, Buda se limitó a abrir la puerta de su casa y dejarla pasar. Cuando entró, sin mediar palabra, sirvió la cena, y comieron. Ella preguntaba, pero él sólo sonreia. Tras la cena, la condujo a su propia cama, la acostó con amabilidad y se durmió con ella.
A la mañana siguiente, Primavera salió contenta, sin saber por qué. Mientras caminaba a casa, deseó que lloviera. Era un sentimiento contradictorio, ya que así era feliz. Viendola así, su primo Otoño la regaló un arcoiris completo... Y ella lloró, llena de felicidad y pena al mismo tiempo, porque entonces entendió el mensaje de Buda, que el tiempo de cada uno pasa sin remedio y no vuelve... Era su hora de retirarse. Así, flanqueada por el regalo de su primo, se acostó para no volver hasta que su tiempo sucediera...
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